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20/06/2019
Un mes de mayo de hace veinte años, acompañé a un amigo a una entrevista de trabajo. Esa tarde regresamos a casa, él compuesto y sin trabajo; y yo, descompuesta, por haber conseguido el puesto sin proponérmelo, pero con un contrato bajo el brazo.
Tiempo de lectura: 4 minutos
Especial Mujeres y Literatura
Cierto que no deja de ser una anécdota, además de seguramente fortuita. Pero igual de cierto es que, pese a que mi amigo cumplía todos los requisitos para el puesto, me seleccionaron a mí. Durante años ni me planteé que aquel paso en mi carrera profesional hubiese estado motivado por una cuestión de género. Pero con los años he ido perfilando cierta teoría.
Según las estadísticas, las mujeres compramos y leemos más libros que los hombres. A eso se suma la circunstancia de que, a lo largo de estas dos décadas de trayectoria profesional, el grueso de profesionales que me ha acompañado han sido mujeres: libreras, gerentes, reponedoras, administrativas, compradoras, entre otras tantas. No creo que sea algo casual. Más bien tengo la impresión de que este hecho no se debe a que para trabajar en una librería las mujeres seamos mejores, que se nos suponga una mayor capacidad intelectual o una sensibilidad especial para prescribir las mejores lecturas. Comparto profesión con excelentes profesionales hombres. La diferencia para que seamos más dedicadas a este oficio maravilloso es que, "por defecto", muchas veces se nos considera más "dóciles" y, sobre todo, con una capacidad mayor de sacrificio (o de tolerancia al abuso profesional).
La industria del libro, como todas, dista mucho de ser ese paraíso feliz en que muchos nos imaginan horas leyendo y creando lectores. Eso es solo la punta del iceberg de un trabajo que implica muchos sacrificios. Ser librera supone un desarrollo de tareas multidisciplinar que no está ni reconocido ni pagado. Las tareas a desarrollar son incontables.
Porque más allá de la gratificación que supone el contacto con los lectores, a menudo se olvida lo esencial: una librería es un negocio en el que se venden libros y, como tal, si no controlas la contabilidad, la gestión del stock, estás al día de la actualidad política-social, tendencias, desarrollas una buena comunicación y gestionas bien las redes sociales, elaboras una agenda de actividades que motive a tu comunidad de lectores sin olvidar la necesidad de contar con unos buenos bíceps y una espalda sana para mover cajas y cajas de novedades... el fracaso está asegurado.
Y todo eso por un sueldo más que modesto en el mejor de los casos. Lo que nos devuelve al punto de partida y es que pocos hombres -de la que esta sociedad espera todo menos sumisión- aceptan mucho lerele para poco larala. O lo que viene siendo lo mismo, dar mucho para recibir muy poco. Decisión lógica e inteligente y accesible para todos los géneros.
Así que sí, quizá sea esa capacidad de sacrificio, resignación y polivalencia, que en un porcentaje elevadísimo y por desgracia a las mujeres se nos supone, haya sido lo que durante tanto tiempo se nos haya considerado más aptas para desarrollar este trabajo.
Esa actitud que durante siglos de "mala educación" se ha encargado de inculcarnos que, además de servir para saber coser tanto un roto como un descosido, debemos hacerlo con una sonrisa en los labios y gratitud infinita en los ojos, quizá nos haya traído hasta aquí. Hasta ahora.
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